Invisibles y atorados en un limbo

Una etnografía del caso de los migrantes latinoamericanos irregulares en Turquía “Lo último que perdemos es la esperanza y como dice un refrán: el que persevera, triunfa.” por Gianmaria Lenti (Escuela Nacional de Antropología e Historia, Ciudad de México) y Bernardo López Marín (La Trobe University, Melbourne, Australia).


Originalmente publicado en Harekact.bordermonitoring.eu


El presente estudio antropológico se enfoca en las experiencias y realidades experimentadas por algunos migrantes irregulares de origen latinoamericano quienes se encuentran actualmente atorados en Turquía. Estos migrantes representan una población numerosa, aunque virtualmente invisible, debido a su ausencia en estadísticas oficiales y estudios al respecto del tema, a pesar de que su llegada a Turquía no representa una tendencia nueva. La mayoría carece de derechos y se encuentran expuestos a abusos, dificultades y privaciones a causa de su situación migratoria, se les dificulta conseguir empleos o se convierten en mano de obra barata que subyace al sistema de explotación laboral capitalista. Muchos latinoamericanos no buscan ayuda del sistema humanitario porque no conocen sus derechos, son monolingües, provienen de familias pobres y su nivel educativo suele ser bajo. Su condición irregular provoca también que algunas organizaciones humanitarias les nieguen ciertos servicios, por temor a represalias de las autoridades.

Este estudio se enfocará en relatos de latinoamericanos que vinieron a Estambul siguiendo un sueño o huyendo de una pesadilla, pero quedaron atorados y con pocas avenidas para llegar a Europa o regresar a sus países. Las personas identificadas provienen de República Dominicana, Cuba, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Perú, Colombia y Paraguay. Entre ellos, se encuentran mujeres dominicanas que durante su estancia en Turquía se vieron empujadas al trabajo sexual para sobrevivir, aquellos que viven hacinados y en pobreza o latinoamericanos que quedaron estancados en Turquía después de abandonar prisión. Dentro de este marco, se decidió utilizar seudónimos y evitar difundir cualquier información que pudiera comprometer la identidad, seguridad e integridad de los participantes. Durante el trabajo de campo realizado en 2019, entramos en contacto con migrantes de origen latinoamericano que residían en Estambul. La intención principal de esta investigación recayó en la búsqueda de datos que permitieran alcanzar una mejor comprensión de la cotidianidad y condiciones de vida de estos migrantes irregulares en Turquía. La realización del trabajo etnográfico requirió mantener contacto cercano y extenso en las esferas donde se desarrollan sus vidas cotidianas. Se utilizó como metodología la observación participante y la realización de entrevistas, por lo que nos mudamos al apartamento que cuatro migrantes irregulares compartían en un barrio de clase trabajadora adyacente el centro de Estambul. Las condiciones de vida en aquel apartamento eran evidentemente precarias y fue necesario acomodarse a dichas circunstancias, aunque esta estrategia de investigación dio pie a la consolidación de fuertes relaciones de confianza con nuestros compañeros de departamento. Esta estrategia metodológica nos permitió adentrarnos en detalle a aquellos contextos que definen susvisiones del futuro y preocupaciones, mediante la memoria, sus relatos e historias de vida. Estos latinoamericanos nos introdujeron a sus redes de amigos y conocidos en los barrios de Dolapdere, Tarlabaşı y Kumkapı, facilitando el acercamiento a una diversidad de migrantes latinoamericanos de diferentes países y entornos sociales, quienes nos permitieron organizar las reuniones y visitar sus residencias privadas. Desplazarse en los barrios mencionados constituyó un desafío, debido a que los agentes de policía solían identificarnos como sirios y nos detuvieron al menos una vez al día para precisar documentos y verificar visas. En muchas ocasiones hasta buscaron drogas en nuestros bolsillos y mochilas con lujo de maltrato, mientras intentaban interrogarnos acerca de las razones que teníamos de caminar por áreas predominantemente habitadas por inmigrantes y ciudadanos desfavorecidos.

Atrapados dentro de un sistema arbitrario

Varios de los migrantes que conocimos relatan que llegaron a Estambul porque algún amigo o familiar les vendió el sueño de una vida mejor en Europa o en Turquía. Todos salieron de sus países con muchos sacrificios, acumulando deudas, vendiendo sus bienes y hasta recibiendo ayuda económica de familiares y amigos. Varios de ellos solicitaron visa europea, pero les fue negada, razón por la cual vinieron hasta Turquía con boletos aéreos de ida y vuelta, toda vez que podían entrar sin visa o era fácilmente obtenible. Algunos intentaron llegar a Europa de manera irregular, encontrando muchas dificultades y peligros para conseguirlo, por lo que intentaron volver a Latinoamérica, pero no les fue posible. Llegaron hasta Turquía vía Europa mostrando el boleto de regreso, pero al intentar volver por las mismas rutas, las autoridades turcas no se los permitió, argumentando que precisaban una visa de tránsito para tomar el vuelo de conexión. De conformidad con los requerimientos de esta visa, casi todos los latinoamericanos están exentos de obtenerla para transitar a través de los aeropuertos Schengen, salvo los dominicanos que pasen por Francia y Bélgica. A varios de estos latinoamericanos no fue permitido regresar a sus países, debido a que perdieron sus vuelos de regreso. Esta situación sugiere una posible negligencia administrativa por parte de las autoridades turcas, quienes presumiblemente desconocen los detalles de las reglas de excepción de visas para ciudadanos latinoamericanos y toman decisiones arbitrarias, sin asegurarse de las restricciones de tránsito por aeropuertos europeos de acuerdo a nacionalidades específicas.

El testimonio de Marcos ilumina la realidad de aquellos latinoamericanos que no pudieron abordar sus vuelos. Recordemos que las autoridades turcas no deportan ciudadanos de países lejanos por el alto costo que incurre al Estado, aunado a que las posibilidades de extensión de visas o regularización migratoria son limitadas.

“Intentamos salir del país porque se nos vencían las visas. (…) Llegamos al aeropuerto y nos impidieron salir porque no teníamos visa de tránsito para pasar por donde mismo entramos. Yo entré desde Punta Cana hasta Fráncfort, transité y me dieron el paso de tránsito. Llegué de Fráncfort a Estambul, sin visado ni nada. (…) Cuando intentamos volver a la Dominicana, las autoridades turcas nos impidieron salir del país porque no teníamos una visa de tránsito. (…) La segunda vez venimos con todo listo, de nuevo nos pararon, y la tercera vez, igual. Fue allí que nos dimos por vencidos, sin dinero, sin lugar dónde vivir, ni nada y valiéndonos de lo poco que podían mandarnos nuestros familiares para el sustento de la comida. Nos mandaban mil pesos dominicanos, el equivalente a cien liras y así nos sustentábamos. Tanto así que tuvimos que dormir en un parque en tres ocasiones.”

Marcos, Estambul. Noviembre 2019)

Varios migrantes relatan que por este motivo quedaron varados en Turquía, sin permiso de estancia ni dinero para pagar el viaje de regreso a sus países.

Exposición al mercado del trabajo informal

Para muchos latinoamericanos, es difícil conseguir empleo en Turquía, toda vez que difícilmente contratan personas sin estancia legal, situación que los empuja a vivir en exclusión social y precariedad. Suelen compartir apartamentos o habitaciones pequeñas, en donde viven hacinadas hasta 8 o 10 personas que carecen de medios económicos para sustentar sus necesidades básicas. Algunos han conseguido empleos en fábricas textiles y hoteles, laboran de 12 a 14 horas diarias y ganan entre 1200 y 1800 liras mensuales (€160 – €270). Esta cantidad resulta insuficiente para cubrir sus necesidades más básicas.

Mauricio es un migrante boliviano que desdehace meses trabaja en una maquiladora de trajes de etiqueta y esmóquines porque no encuentra un empleo mejor.

“Trabajamos en una fábrica de textiles de lunes a sábado de ocho a veintidós. (…) Los trabajadores turcos nos denigran, el patrón nos trata como animales y nos grita constantemente: ‘¡çavu, çavu!’ – ¡rápido!, ¡rápido! (…) No nos permiten sentarnos ni un segundo, mucho menos conversar mientras trabajamos (…) Tenemos media hora para almorzar y media para la cena, pero la comida no es fresca, porque la guardan de días anteriores. Imagínate que hasta nos han dado comida echada a perder.”

Mauricio, Estambul. Noviembre 2019

También las diferencias salariales difieren en base al género. En estas esferas laborales, las mujeres perciben hasta un 25% menos por realizar labores similares. No solamente los migrantes irregulares Latinoamericanos manifiestan que la necesidad los empuja a aceptar condiciones laborales de explotación que hasta definen como peores que en sus propios países de origen.

Push-backs en la frontera entre Turquía y Grecia

Esforzándose por salir adelante, varios de estos migrantes latinoamericanos intentaron llegar a Grecia contratando facilitadores que en 2019 cobraban entre €700 y €2500, dependiendo del viaje. Relatan que, al ser aprehendidos, fueron víctimas de abusos y vejaciones por parte de la policía griega y devueltos a Turquía por paramilitares helénicos encapuchados. Nunca fueron escuchados para determinar su derecho a solicitar asilo en la UE, recibieron abusos verbales y fueron golpeados brutalmente a patadas y con palos de madera. Al ser devueltos a Turquía, se convirtieron también en víctimas de abusos y maltratos por parte de las autoridades turcas.

Así lo relata el testimonio de Andy, un dominicano de 32 años que intentó cruzar la frontera turco-helénica en las inmediaciones de Edirne, quien narra el terror y sufrimiento que experimentó junto a sus compañeros migrantes a lo largo de esta ruta. Su relato, constituye una denuncia pública que él mismo redactó y envió a las Naciones Unidas, con la esperanza de ser escuchado y que el mundo se entere de lo que él y sus compañeros experimentaron:

“(…) Están pasando cosas graves en Grecia en los pueblos fronterizos, incluso están muriendo personas, producto de lo que les está pasando en este territorio, y duele ver familias y bebés maltratados por los griegos. Es una emergencia. Que intervengan por los inmigrantes, están siendo torturados peor que esclavos y enfrente de sus familiares. (…) Nadie deja su país por gusto, sino por lo que sufre y allí los están matando a torturas, y luego los regresan de noche (…) sin distinción y sin investigar las razones por las cuales emigran. (…) Los maltratan sin compasión alguna. Por favor, somos seres humanos, no animales, por amor a Dios, no lo permitan, porque muchos mueren en la travesía producto de los golpes que les propinan. Por favor, pónganles un alto a los griegos, (…) manden infiltrados e investiguen, no dejen que sigan maltratando a los inmigrantes.”

Andy, Edirne. Octubre 2019

La denuncia de Andy devela una faceta de la violencia estructural que deja al descubierto la realidad experimentada por muchos migrantes al cruzar esta frontera sin permiso, al tiempo que los gobiernos europeos se hacen de la vista gorda, a pesar de tener conocimiento de graves violaciones a los derechos humanos. A esta forma de devoluciones hacia Turquía se les conoce también como push-backs y son ilegales, en virtud de que violan las leyes internacionales y directamente excluye a cualquier candidato al asilo, violando lo estipulado en la Convención de Ginebra de 1951. Por si fuera poco, recordemos que Turquía solamente reconoce el derecho al asilo bajo los criterios de esta convención a ciudadanos europeos. Con relación a este postulado, Andy enfatiza:

“A mí me gustaría que aquellas personas que hacen las leyes o están al cargo de ver por estas cosas se hicieran pasar por migrantes, fueran allá y se pasaran la frontera como nosotros, para que ellos sientan lo que sentimos y los maltraten como nos maltratan a nosotros. (…) Así podrían convencerse de que no estamos inventando historias y darse cuenta de que es una realidad que vivimos los migrantes, para que todo el mundo vea cuánto sufrimos.”

Andy, Estambul. Noviembre de 2019

En el comentario de Andy, se percibe la frustración y el cólera que dichos maltratos infunden en los migrantes, dejando entrever la consumación de un ‘castigo ejemplar disuasorio’ que tiene la finalidad de infundir terror y evitar su retorno a la frontera, para intentar cruzarla de manera irregular.

Trabajo sexual como medio de supervivencia

Pasemos ahora al caso de algunas mujeres migrantes latinoamericanas que viven en condiciones precarias y se dedican al trabajo sexual, al ser una de las únicas maneras que tienen para salir adelante. Hubo quien fue víctima de trata, otras engañadas y traídas hasta Turquía con la promesa de conseguir trabajo fácilmente, supuestamente porque el nivel de vida era más alto que en Latinoamérica y fácilmente se conseguía empleo. A otras les dijeron que sería más fácil llegar a Europa vía Turquía, o bien que Turquía era ya parte de la UE. Ahora, deben negociar su salario con los clientes, el cual oscila entre las 60 y 120 liras (€10-20) por relación sexual o entre las 250 y 500 liras (€38-75) por todo el acompañamiento nocturno. Cuentan que suelen buscar a sus clientes en la calle, discotecas o bares, y la mayoría trabajan únicamente en hoteles, en virtud de que se sienten inseguras en domicilios particulares. Prefieren clientes latinoamericanos o africanos, porque cuentan que los hombres turcos las tratan muy mal y pueden llegar a ser muy violentos. En ocasiones, los clientes no quieren ir a hoteles, ni les quieren pagar, les exigen tener relaciones sin protección o hasta las golpean cuando no acceden a sus exigencias. Otros abusan de alcohol y drogas, lo cual pone en peligro integridad de estas mujeres, especialmente cuando los compradores de sexo devienen agresivos y violentos.

Rocío es una mujer dominicana de poco más de 30 años. Abandonó sus estudios en Filosofía porque le prometieron un buen empleo en Turquía, a través del cual podría ayudar económicamente a sus familiares que estaban en gran necesidad. Sus padres son agricultores de edad avanzada y viven con ingresos económicos muy bajos. Al llegar a Turquía de pronto se vio sola y se enteró de que la habían timado, no había ningún trabajo esperándola y tenía pocas posibilidades de conseguir uno. Esta realidad la obligó a dedicarse al trabajo sexual por primera vez en su vida, siendo ésta la única opción disponible para cubrir los gastos de su alquiler y sus necesidades básicas:

“Aquí en Turquía, he tenido que tirarme a las calles. (…) En una ocasión, durante el trabajo con un cliente turco, me encerró en su casa y me rompió el chip del teléfono para que no tuviera comunicación con nadie. Después me amenazó y me quitó el dinero que me había pagado porque no quería cumplir con todo lo que él quería. El tipo no terminaba, pero yo ya no podía más, estaba agotada (…) Mi mayor temor era que me violara sin condón, que me diera un golpe o que estuviera enfermo, porque estaba embriagado y drogado. (…) Como yo ya no quería estar con él, se puso violento, me sacó de su casa, desnuda, me lanzó la ropa afuera y tuve que vestirme en la escalera. Salí de allí llorando a buscar un taxi y no sabía a dónde ir. (…) No es fácil la vida aquí, yo lo sé, pero ni a mi peor enemigo le desearía que viniera a este país.”

Rocío, Estambul. Noviembre 2019

Estas mujeres latinoamericanas enfrentan relaciones de poder que las ponen en peligro, especialmente cuando se encuentran en manos de hombres que las maltratan y las amenazan con reportarlas a la policía por no tener permiso legal, dejándolas aún más vulnerables y desamparadas. Asimismo, este trabajo las expone a graves daños psicológicos y riesgos a su salud física, porque siempre tienen que cuidar que los clientes no rompan o se saquen los preservativos, poniéndolas en riesgo a enfermarse o embarazarse. Para los latinoamericanos en situación irregular es difícil acceder al sistema sanitario público, toda vez que su condición migratoria, limita su acceso a la atención médica.

Muchos migrantes remitían con dolor a la historia de Carmela, una joven latinoamericana que realizaba esta actividad, contrajo VIH y no tuvo acceso ni a la debida atención médica ni al tratamiento. Los medicamentos antirretrovirales y el control del VIH son costosos y no se ofrecen a personas sin permiso de residencia o estado de protección internacional en Turquía. Viviendo bajo estas circunstancias las condiciones de Carmela empeoraron y la desesperación de sus amigos y familiares los empujó a hacer una colecta de dinero para ayudarla regresar a su país y recibir cuidados especializados. Su consulado no quiso ayudarla y la persona que le tramitó el viaje engañó a los familiares, utilizando una tarjeta de crédito sin fondos y falsificando la reservación del vuelo. Sin saberlo, cuando su mejor amigo la llevó al aeropuerto, no pudo abordar el vuelo porque el pago no estaba confirmado, lo que la dejó sin dinero y varada en Turquía. Poco tiempo después, Carmela falleció a causa de complicaciones que la enfermedad le trajo. Las autoridades trasladaron su cuerpo a una montaña en las afueras de Estambul en una bolsa negra y fue inhumada en una fosa común, sin haber tenido un funeral.

Brenda es una joven dominicana que cuando llegó a Turquía, fue forzada a ingresar al trabajo sexual por la persona que le cobró €3,500 para traerla a esta país, con la promesa de que posteriormente llegarían a España. Después de narrar su relato, Brenda resumió sus miedos más profundos con lágrimas rodando por su rostro, mientras sus ojos nublados miraban al vacío:

“No quiero que me pase lo mismo que a Carmela y que me echen como perro a una fosa común en una bolsa negra. Tampoco quisiera que algún día me den una puñalada, me desangre y quede allí sola, sin haber vuelto a ver mi país y a mi familia antes de morirme. Estos son los temores más grandes que vivo aquí.”

Brenda, Estambul. Noviembre 2019

El suceso anterior ha marcado la memoria colectiva de una parte importante de la comunidad Latinoamericana en Estambul. Muchos migrantes contaron este relato desgarrador con tristeza y desesperación, mientras recontaban su miedo a morir en tierras tan lejanas, sin posibilidad de regresar a sus países para reunificarse con sus padres e hijos.

Encarcelamiento y quebranto de la vida

Otro caso remite a los ex-convictos que han quedado varados en Turquía y con pocas posibilidades de regresar a sus países. Este apartado reportala historia de Lina y Toño como ejemplos epítomes de las realidades que viven numerosos latinoamericanos. Ellos dos son una pareja de 48 y 39 años de Paraguay y Venezuela que no soñaba con viajar a Europa, ni en ganar en euros. No obstante, ambos se convirtieron en migrantes irregulares a causa de circunstancias inesperadas. Toño es originario de Caracas y creció en el seno de una familia de bajos recursos, mientras tina fue abandonada por su madre y creció con un padre soltero que era músico y trabajaba como militar. Ambos tenían deudas en sus países, enfrentaban las presiones de sus acreedores y tenían que sustentar a sus hijos y padres. Dejaron Sudamérica forzados por las amenazas de sus prestamistas quienes exigían de manera inmediata la devolución de su dinero, ofreciéndoles la posibilidad de pagar sus deudas transportando un paquete de droga a Turquía dentro de sus cuerpos. En teoría, tal acuerdo condonaría completamente sus deudas y supuestamente les brindaría a su retorno, estabilidad económica junto a sus seres queridos. Al comenzar la odisea, no estaban conscientes de las posibles consecuencias de sus actos, pero a su llegada a Estambul, la corte los condenó a penas de 8 y 12 años de prisión por cargos de narcotráfico, terrorismo e intento de homicidio. Lina y Toño pasaron muchos años en la prisiones de alta seguridad, sufriendo condiciones denigrantes y enfrentando el resquebrajamiento de sus existencias y núcleos familiares. Lina cumplió su sentencia de ocho años, pero al salir del centro de readaptación social, no tuvo acceso a regularización migratoria ni residencia, por lo que ahora se encuentra sin documentos de viaje para salir de Turquía. A su arribo a este país, la arrestaron con su bebé de seis meses, quien enfermó de leucemia infantil durante el tiempo que la acompañó en prisión. A la edad de 6 años, las autoridades turcas los separaron y remitieron a la niña a una institución para su educación y cuidado. Ahora tiene 11 años, no habla español, fue convertida al Islam y solamente le permiten visitar a su madre una vez cada tres semanas por espacio de ocho horas. Lina la extraña mucho, se siente sola y lo único que quisiera es volver a ser una madre como cualquier otra, a quien su hija la hace feliz cuando está cerca o rabiar cuando se porta mal. Su semblante refleja la nostalgia que siente por su hija y lo mucho que sufre por tenerla lejos, mientras la vida pasa lentamente. Junto con Toño, guarda la esperanza de ahorrar dinero para reunirse con su hermana que le espera en España.

Lina manifiesta su dolor al subrayar las dificultades que enfrenta para llevarse a su hija de Turquía por vías legales, toda vez que las autoridades turcas consideran que no puede sustentarla, ni posee medios económicos para cubrir los gastos de repatriación. Tampoco puede regresar a Paraguay porque su ex-pareja la ha amenazado con quitarle a la niña e incluso con asesinarla, por lo que está intentando reunir el dinero para embarcarse a Europa, pero le consterna imaginar el viaje en lancha a las islas griegas. Su mayor preocupación recae en proteger la integridad de su hija y en varias ocasiones le ha manifestado a Toño que en caso de naufragio la deje ahogarse a ella, pero salve a la niña porque es la flor de la vida y merece una existencia digna que ella nunca pudo darle. Al mismo tiempo, Lina dice sentirse afortunada cuando percibe el amor que Toño siente por su hija, aunque este no sea su padre biológico. Sin embargo, Lina ya no puede trabajar debido a que recientemente le diagnosticaron tumores y precisa una operación que no puede pagar, toda vez que su situación irregular le impide acceder al servicio médico gratuito.

“Me siento muy triste, ya se me acabó la vida y quiero irme lejos, pero no puedo dejar a mi niña aquí. (…) Yo estoy sola, estoy así, acabada, jodida de la vida, deprimida (…) No sé qué voy a hacer de mi vida, porque estamos sin dinero (…) Siento que me estoy muriendo en vida, quiero alejarme de la gente, de todo el mundo y vivir sola. (…) Ya no quiero nada de la vida, todo fue puro sufrir y pocos minutos de alegría, creo que yo no nací para ser feliz. (…) Ahora estoy muriendo de dolor y tristeza (…) Ya no quiero nada de la vida porque nadie me espera, sólo una hija pequeña que está en un orfanato. Para ella, sí voy a estar hasta los últimos días que me queden, pero ya no quiero vivir así como estoy.”

Lina, Estambul, Octubre 2019

El poco dinero que Lina ahorró, lo ha gastado en estudios médicos y calmantes, los cuales al menos atenúan los fuertes dolores que le aquejan. Se siente desesperada, está deprimida y llora amargamente con frecuencia. Sus palabras y semblante reflejan la desesperación y sufrimiento que siente, dejando entrever los efectos de la irregularización migratoria que, en ocasiones, se presenta sin previa planeación o aviso. Después de dejar prisión, Lina y su familia se convirtieron en migrantes de-facto y ahora se encuentran viviendo en limbo y atorados en Turquía. Lo único que desean, es salir del país en el que ya no quieren estar, sin embargo, no pueden.

Conclusiones

Para los migrantes latinoamericanos en situación irregular en Turquía, las condiciones de vida son duras y muchos de ellos son víctimas de violencia estructural y social por el simple hecho de ser extranjeros. Sus caminos de vida los llevaron a experimentar realidades inesperadas y dolorosas que los mantienen atrapados en Turquía con pocas posibilidades de abandonar el país. No obstante, todos ellos mantienen la esperanza de reconstruir sus vidas, saludar a sus amigos, comer sus platos típicos, bailar salsas y visitar a aquellos familiares que no ven desde hace una década. Para concluir, las historias aquí presentadas representan sólo algunos ejemplos del limbo invisible en donde se encuentran atorados muchos latinoamericanos que voluntaria o involuntariamente se convirtieron en migrantes a su llegada a Turquía. Aunque en teoría la migración representa una lucha por alcanzar una vida digna, el caso de Turquía demuestra que estos preceptos, más que una realidad palpable, constituyen una utopía cada vez más inalcanzable.

Gianmaria Lenti, Escuela Nacional de Antropología e Historia, Mexico City, Mexico

Bernardo López Marín, La Trobe University, Melbourne, Australia